Joel Sánchez recibió los golpes más duros cuando era niño. La muerte de su papá noqueó a una familia que no tuvo tiempo para asimilar el dolor en un contexto de crisis económica. Su mamá salió a limpiar casas y él y sus hermanos encontraron trabajo cosechando uvas en fincas de la zona.
Había que sobrevivir a todo eso y, además, ir al colegio a estudiar. Fue el mejor homenaje que le podría dar a su padre, la mayor muestra de esfuerzo ante la adversidad y una demostración de carácter de parte de un chiquito que supo administrarse los tiempos para no dejarse caer.

Joel no tuvo opción más que hacerse fuerte para ayudar a su familia. Es que el trabajo en la cosecha de uvas era severo y muy competitivo, la temporada iba desde diciembre hasta abril y, como se pagaba por la cantidad de uvas que había recolectado cada uno, nadie le tuvo piedad a él ni a sus hermanos. Había que luchar por cada peso.
Se levantaban a las 4 de la mañana y los llevaban hasta las fincas en la caja de un camión. “Te pagan según la cantidad que coseches. Si hay 1000 tachos en total para llenar, tenés que ser rápido porque te puede pasar que vos hagas 100 y otro 900. Al principio, de hecho, nos sucedía eso”, describió Joel a TN.

De la escuela pasó a la universidad y de la finca, saltó a la firma constructora José Cartellone, que tomaba pasantes. “Conté mi historia y quedé seleccionado enseguida, me apuntalaron y me dieron todas las posibilidades para que jamás abandonara mi carrera. Siempre estaré agradecido”.
Su aventura académica también implicaba una mudanza hacia la capital mendocina. Un cambio fuerte para un adolescente que no estaba acostumbrado al ritmo de la gran ciudad: “Una sola vez había visitado la ciudad de Mendoza, éramos una familia humilde que nunca antes había salido del barrio Municipal de San Martín. Me perdí un millón de veces y me sucedieron miles de anécdotas”.
Su ajustada situación económica le achicaba el margen de error. Con algunas becas que lo ayudaban con gastos, el estudiante estaba obligado a tener un buen promedio para mantenerlas. Cada examen era una final que no podía perder, a cambio, recibía un importe para cubrir gastos de transporte, comedor, fotocopias y una residencia para estudiantes.
El sueño cumplido
Llegó el día. 2 de agosto de 2021, Joel rindió en la UTN “Proyecto Final” y escuchó la frase con la que se ilusionó durante cinco años: “ya sos ingeniero electromecánico”. De inmediato las cosas empezaron a cambiar: “Me recibí y me ascendieron inmediatamente”, cuenta hoy sobre su nueva vida como profesional.
